Poco relacionado está con el deporte, pero no me resisto a ponerlo...



 

Una vez que he comenzado a escribir sobre la microbiota, no me resisto a hablar de su relación con una de las patologías que será “estrella negra” en los próximos años (si la naturaleza nos permite seguir destrozando el planeta), se trata de las enfermedades mentales. 

Sabemos que la inflamación crónica de bajo grado provoca (de forma circular) un aumento de las citocinas inflamatorias en el sistema nervioso central a través de la activación de la microglía cuya activación crónica puede comprometer el funcionamiento neuronal poniendo en marcha una cascada proinflamatoria. No olvidemos que las células de la microglía expresan moléculas que tienen por objetivo eliminar células dañadas o infectadas y a agentes patógenos que pudieran ser perjudiciales; sin embargo, estas moléculas también pueden dañar a neuronas sanas. En este sentido, recordemos que se considera que la reina de las enfermedades mentales graves, la esquizofrenia, es una suma de: Antecedentes genéticos (predisposición), estrés infantil ---à daño neuronal, muerte de neuronas que se pone de manifiesto en la “poda neuronal” de la adolescencia en forma de mal aprendizaje y funcionamiento mental alterado, lo que conduce a “explicaciones” patológicas del cerebro ---à delirio y posteriormente más daño y más déficit. Finalmente, apagamos zonas cerebrales con fármacos sedantes, hasta cronificar la situación (y nos quedamos tan panchos).

Por el contrario, los estudios experimentales han demostrado que la administración de bacterias probióticas puede aumentar los niveles de triptófano, y alterar la dopamina y el ciclo de la serotonina en la corteza frontal y el sistema límbico. Del mismo modo, esos probióticos asociados a ingestas de ácidos grasos n3 mejoran parámetros relacionados con la cognición, estado de ánimo y persistencia de ideas delirantes en pacientes. 

La vía de investigación abierta es cómo podría iniciarse la inflamación crónica y lo que tiene que ver el intestino en esto; y en este sentido, sabemos que una dieta occidentalizada, plena de alimentos altos en grasa y azúcar, produce un revestimiento intestinal más poroso, cuyas consecuencias incluyen el acceso sistemático a los antígenos de los alimentos, toxinas ambientales y los componentes estructurales de los microbios, tales como las endotoxinas (lipopolisacáridos (LPS)). Las endotoxinas tales como LPS pueden disminuir la disponibilidad de triptófano y de cinc, lo que influye negativamente en la neurotransmisión, pueden también, elevar la inflamación y estrés oxidativo. Las prácticas alimentarias actuales provocan elevaciones de los LPS. Por ejemplo, las bifidobacterias y otros microbios beneficiosos pueden evitar el flujo de salida de LPS en la circulación sistémica, reduciendo la reactividad a la endotoxina.

Una de las cosas que me chocó hace unos años fue la conexión que hacía un psiquiatra norteamericano entre la leche y el autismo y la esquizofrenia. La curiosidad me hizo avanzar en el tema y escribir un artículo al respecto que se puede leer en el siguiente enlace: Péptidos opiáceos. Comprobé, entonces, algo que supuso un gran avance, pero también una tremenda decepción, los genes no son necesariamente determinantes en la aparición de la enfermedad en muchos casos. Necesitan factores ambientales que hagan que se expresen, dando nacimiento a la epigenética. La vulnerabilidad genética, asociada a factores desfavorables, conduce a la enfermedad.

En este sentido, la dieta es uno de los factores ambientales más determinantes, tal como demuestra su relación con múltiples padecimientos actuales. Un intestino permeable a péptidos neuroactivos –contenidos en alimentos tan comunes como algunos lácteos-, hace que se genere citotoxicidad celular a nivel cerebral, y eso es nefasto en un órgano tan complejo como el cerebro del “sapiens”.

¿Qué podemos hacer para evitar esa epigenética adversa?
Pues ahí es donde intervienen nuestros aliados los microbios que conviven con nosotros en una relación simbiótica favorable generada a través de cientos de miles de años de evolución. Crear una microbiota adecuada puede ser clave, por ejemplo, la suplementación con Bifidobacterium parece atenuar una respuesta de estrés exagerada y consigue mantener niveles adecuados de factor neurotrófico derivado del cerebro (BDNF), clave en la recuperación de la enfermedad mental en todos sus grados y categorías. En este sentido, cabe destacar que incluso la inflamación crónica leve del tracto gastrointestinal puede provocar ansiedad y disminuir la producción de BDNF en los animales. Al contrario, la suplementación con Bifidobacterium también proporciona protección sistémica contra la peroxidación de lípidos y disminuye la actividad de la monoaminooxidasa cerebro, con lo que podría aumentar los niveles intersinápticos de neurotransmisores.

Un pequeño estudio controlado con placebo de imágenes por resonancia magnética funcional (fMRI) ha demostrado que el consumo de un mes de un alimento fermentado que contiene Bifidobacterium animalis subsp lactis , Streptococcus thermophilus , Lactobacillus bulgaricus y Lactococcus lactis subsp lactis puede influir en la actividad del cerebro, lo que ha generado un entusiasmo importante ya que hasta el momento no hay ninguna publicación que demuestre que la ingesta de bacterias probióticas solas (o los cambios inducidos por la dieta en las bacterias comensales) puede influir en la actividad del cerebro humano.

Estos nuevos descubrimientos justifican un hecho que me sorprendió cuando comencé a estudiar el mundo de las enfermedades mentales en relación con la dieta. Los pacientes de lugares como aldeas en la India, diagnosticados de enfermedad mental grave, tenían mejor pronóstico que jóvenes tratados en hospitales modernos y sometidos a tratamiento con fármacos de última generación (y carísimos, por cierto). 

“Si tienes un problema cardiovascular, preferirías ser un ciudadano de Los Angeles antes que de India”, dijo hace unos años Benedetto Saraceno, director del departamento de salud mental y abuso de substancias en la sede de la Organización Mundial de la Salud OMS en Ginebra. “Si tuviera cáncer, me gustaría que me trataran en Nueva York antes que en Irán. Pero si tuviera esquizofrenia, no estoy seguro dónde preferiría ser tratado, si en Los Angeles o en India”.

Saquemos nuestras propias conclusiones:
Joven de nuestro entorno social, perteneciente a una familia de clase media, diagnosticado de esquizofrenia tras una crisis a los veinte años que requirió internamiento durante un mes. La medicación le produce sedación, cansancio, sobrepeso y por ello comienza a cambiar sus hábitos sociales. Le cuesta relacionarse, no mantiene a sus amistades (que por otra parte se encuentran ante una persona muy diferente a la conocida). No puede mantener los estudios y se recluye en casa, apenas hace otra cosa que fumar y ver TV. Sus padres entran en una de las asociaciones de familiares de enfermos mentales, le llevan a talleres de aprendizaje de labores artesanales y se pasa el día entre el local de la asociación (recluido como un enfermo) y la casa (en donde apenas es capaz de soportar el estrés de las relaciones familiares hundidas tras el diagnóstico del hijo o hermano). Poco a poco va adquiriendo el carácter de enfermo crónico (obeso, fumador, con déficit cognitivo). Come mucho y muy mal, toma alimentos dulces (en muchos casos asociados a un efecto de los propios fármacos), no hace ejercicio y apenas se relaciona. Al final, engrosará la lista de fallecidos por las alteraciones metabólicas asociadas a la esquizofrenia, habiendo vivido (más bien malvivido, diría yo) una media de quince años menos que la población general –y eso en el caso de mantener la medicación, cosa que el 50% de los pacientes no cumple a los cinco años de haber sido diagnosticados-.

Raipur Rani, India. El psiquiatra Naren Wig cruzó una alcantarilla abierta, bordeó una charca y, en la polvorosa tarde, vio algo milagroso. Krishna Devi, una mujer que él había tratado durante años por esquizofrenia, estaba sentada en el patio, rodeada de imágenes religiosas, expuestos ladrillos de la pared y secando ropa. Hace tiempo que Devi había dejado de tomar la medicación, pero su conversación articulada y fácil sonrisa eran un elocuente testimonio de que se había recuperado de una debilitante enfermedad. Pocos pacientes de esquizofrenia en Estados Unidos tienen tanta suerte, incluso después de años de tratamiento. Pero Devi tenía recursos secretos: una familia cariñosa y una aldea acogedora que nunca la excluyó de ningún evento social, obligaciones familiares o trabajo.
Yo añado… Una dieta adecuada, ejercicio físico, apoyo social…..

Bien, hagamos un sencillo cálculo
El Libro Blanco para estudio socioeconómico del coste social de los trastornos de salud mental en España, cifra en 3.373,47 euros el coste de todos los trastornos mentales en nuestro país. Los costes directos representarían el 38,8 %(1.311,69 euros) y los indirectos el 61% (2.061,77 euros). Dentro de los costes directos, las consultas ambulatorias suponen el 10,4% (352,22 euros), los gastos de farmacia el 7,8%(263,50 euros), la hospitalización el 20,6% (695,97 euros) distinguiendo entre la hospitalización corta con un 3% (98,31 euros) del total de costes por hospitalización y hospitalización larga con un 17,7% (597,66 euros) del total. Entre los costes indirectos, la mortalidad prematura representa el 21,6% (730,12 euros), la incapacidad temporal el 8,7% (294,50 euros), la invalidez el 21,8% (733,82 euros) y la baja productividad el 9% (303,33 euros).

La esquizofrenia representa el 1,9% del presupuesto sanitario total en los países europeos. La situación de dependencia que sufren los pacientes esquizofrénicos, y que hace necesaria la asistencia de familiares y cuidadores, supone un coste anual de 7.000 euros por persona y año en España,

Ante un panorama como éste ¿Cuántos recursos se destinan a crear el entorno social, familiar, laboral y de cuidados dietéticos y ejercicio físico? ¿Cuál es el porcentaje? ¿El 0,01%? Terrible

¿Quién es el responsable de planificar, estudiar, proponer recursos, etc etc en este país?
Pues al responsable ese le quitaba yo el sueldo y le ponía a fregar retretes (cosa que haría fatal, seguro).

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